
Cuando pienso que los días no pueden ser más intensos, Senegal me demuestra que sí, que lo pueden ser. Son casi las ocho de la tarde y siento que llevo despierta 82 horas. Hoy ha sido un día especial, lleno de encuentros, de calor extremo, de belleza y de contradicciones.
Crónica del viaje a Senegal por Carmen Peñaranda
Por la mañana nos encontramos con Fatoumata, una joven maravillosa que colabora con nuestra socia local SUXALI-JIGEEN. Vive en Fimela, en la región de Fatick, y es la responsable que acompaña los proyectos de esta región, dentro del equipo de FATOU, la fundadora. Fatoumata tiene unos 25-27 años, estudió marketing, comunicación y contabilidad en Dakar, y actualmente vive con su hermana, sobrinos y primos, ya que sus padres fallecieron. Nos recibió con su sonrisa luminosa y una profesionalidad que inspira.
Con ella partimos rumbo a la Ile de Mar, situada en el delta del Sine Saloum. Para llegar allí nos embarcamos en una colorida piragua senegalesa que nos llevó a través de los manglares hasta esta isla dividida en tres aldeas: Mar Lodj, Mar Fafako y Mar Souloum, donde conocimos a Dudú, un joven comprometido que lidera la Asociación de Jóvenes de Mar Lodj.
Dudú es una figura clave en la comunidad: respetado, activo y lleno de ideas. Gracias a un pequeño proyecto de Enraíza, han creado un kiosco de bienvenida para turistas, donde también ofrecen paseos guiados por la isla en carreta, visitando lugares como el árbol sagrado.

Manglares: belleza inmensa y duras condiciones climáticas
La isla es preciosa, rodeada de manglares que son hogar de moluscos, peces y aves, y que además cumplen una función vital como barrera natural frente al cambio climático. Pero es también un lugar muy golpeado: el calor es insoportable (hoy alcanzamos los 42-43 grados), la tierra está salinizada y apenas permite el cultivo. Vimos que sólo en Mar Fafako fue posible mantener un huerto. La situación es tan dura que muchas personas están empezando a ver la migración como única salida.
Uno de los grandes retos de la isla es la gestión de residuos. No hay servicios públicos básicos: ni agua, ni saneamiento, ni recogida de basura. El resultado es un paisaje donde la belleza natural convive con montones de plásticos acumulados. La comunidad hace lo que puede, pero la carga es inmensa.
Visitamos un proyecto de apoyo a mujeres artesanas. Se construyeron 10 kioscos de venta cerca del punto de llegada de los turistas y se están construyendo 5 más. Hay otros 35 hechos con paja que se han ido deteriorando y apenas resisten la lluvia. Las mujeres tienen además un espacio común cubierto, donde podrían reunirse, ofrecer espectáculos, o incluso desarrollar actividades formativas. Pero el lugar necesita mucho trabajo. Conversamos largo rato con ellas. Al principio tímidas, pero después abriéndose, compartieron su preocupación: el turismo solo les da ingresos durante tres meses al año (noviembre, diciembre y enero). El resto del año sobreviven como pueden. Muchas no pueden trabajar en la recolección de moluscos, ya sea por edad, salud o por lo duro que es el trabajo en el mar.
Esto nos llevó a una reflexión compartida: ¿cómo fortalecer su autonomía económica durante todo el año? ¿Cómo potenciar ese espacio como lugar de encuentro, de formación, de creatividad? Pensamos en talleres de costura, en traer máquinas de coser, en formar a algunas para que enseñen a otras a confeccionar ropa, tanto para venta como para uso propio. Un proyecto pequeño, posible, útil.
Un baño de realidad
Finalmente, volvimos con Dudú para visitar otro proyecto impulsado por la Asociación de Jóvenes: una iniciativa de reciclaje de residuos plásticos. La idea original era fantástica: dotar a cada casa de papeleras, promover la separación de residuos y crear un punto de triaje para vender el plástico a un comprador ya identificado. La realidad que nos encontramos fue otra: un descampado, sin sombra, sin techo, donde apenas hay una zona delimitada para almacenar materiales. El calor era tan extremo que era difícil permanecer allí más de unos minutos, y entendimos rápidamente por qué los jóvenes no se sienten atraídos a formar parte del proyecto. Sin una estructura mínima, sin condiciones dignas de trabajo, es difícil que despegue.
Fue un baño de realidad. A veces, los plazos y los requisitos de los financiadores no se corresponden con el ritmo de la vida en las comunidades, con sus tiempos y necesidades reales. Aun así, no renunciamos a encontrar una solución. Estamos explorando cómo reestructurarlo, pero ahora sabemos que, completar la infraestructura, debe ser el primer objetivo.
Porque la cooperación no es un catálogo de logros perfectos. Es un camino lleno de aprendizajes, de aciertos y tropiezos. Y lo que nos llevamos de este día es precisamente eso: la valentía de una comunidad que no se rinde, que intenta reinventarse ante los embates del clima, del abandono institucional y de la precariedad.
Seguimos recorriendo la región de Fatick y la Île de Mar con la misma mezcla de ilusión, agotamiento y sentido profundo del trabajo que hacemos. Hoy hemos visitado varios proyectos más, y si algo se ha hecho evidente es que la cooperación, cuando es honesta, no se limita a contar logros. También implica mirar de frente lo que no ha funcionado y preguntarnos por qué.

Emprendimientos sencillos, pero efectivos
Después, el día nos regaló un momento luminoso: fuimos a visitar un proyecto avícola impulsado por un grupo de mujeres de otro pueblo. Nos recibieron con cantos, bailes y una energía preciosa. Bailamos con ellas, reímos, compartimos. Me sentí profundamente conectada, con una felicidad sencilla y verdadera. El proyecto consiste en una pequeña estructura donde se criarán 150 pollos para producir huevos para consumo propio y para la venta. Aunque nos comentaron que el espacio es algo pequeño, están muy ilusionadas y esperan poder ampliarlo en el futuro. En un lugar con tan poca variedad de alimentos nutritivos debido a la salinización del suelo, esta pequeña actividad puede marcar una gran diferencia.
Más tarde visitamos otro centro de transformación de productos que nos dio mucha alegría: estaba bien construido, limpio, en uso. Tiene pozo, varios huertos con lechugas, menta, pimientos… Un verdadero oasis en medio de la dificultad. Allí también se procesan y congelan moluscos, que luego venden. El único reto actual es el acceso al agua y la necesidad urgente de instalar un sistema de riego por goteo, que les permitiría optimizar recursos y seguir produciendo. La presidenta de la asociación nos recibió en su casa, una casa viva, llena de niños, cabras, gallinas y sonrisas. Nos preparó un cuscús riquísimo con pescado y verduras, nos ofreció agua fría (¡bendita agua fría!) y nos sentamos a comer como en familia. Primero nosotros, luego ella, en un gesto de hospitalidad que no olvidaré.
Sueños y decisiones
Ya de regreso, tuvimos un último momento emotivo: conocimos a la familia de Fatoumata, esa joven brillante que nos acompaña estos días, y visitamos Palmerien, un barrio de pescadores donde el mar lo domina todo. Fue un cierre poderoso. Hablamos de migración, de sueños, de las decisiones que muchas personas toman entre quedarse o partir. Escuchar esas historias nos confronta con la complejidad del mundo que intentamos transformar.