Artículo de JM Medina | Imagen de Aamir-Mohd-Khan_Pixabay
A pesar de los debates en grandes reuniones de Naciones Unidas, el panorama del hambre y la malnutrición sigue siendo más negro que verde.
Hoy 10 de diciembre se celebra el Día Internacional de los Derechos Humanos y desde Enraíza Derechos reivindicamos la realización del derecho humano a la alimentación adecuada, reconocido como tal desde hace más de 70 años y ratificado por nuestro país desde 1976, a través del Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales (PIDESC), que reconoce el derecho fundamental de toda persona a estar protegida contra el hambre y, más aún, el derecho a disfrutar de una alimentación adecuada en cantidad y calidad.
A pesar de ello, el derecho a la alimentación sigue siendo masivamente violado a lo largo y ancho del mundo, a pesar de que se producen suficientes alimentos para alimentar a todas las personas.
Los actuales sistemas alimentarios están fallando en el que debería ser su principal objetivo: proveer una alimentación sana y sostenible a todas las personas. Así lo demuestran las cifras: alrededor de 800 millones de personas en situación de hambre; otros dos mil millones con hambre oculta (carencias de micronutrientes, vitaminas y minerales); unos 2.400 millones en situación de sobrepeso y obesidad; más de 3.000 millones que no tienen acceso a una dieta sana.
Y a pesar de esto, de no cumplir con su misión, los sistemas alimentarios están devorando el planeta: son responsables de más de un tercio de todas las emisiones de GEI, están contribuyendo a la degradación de los suelos productivos (más de la mitad ya están moderada o severamente degradados), están reduciendo dramáticamente la biodiversidad (en el siglo XX se perdió el 75% de las variedades agrícolas locales), están sobreexplotando las poblaciones de peces (más de un tercio se explotan ya por encima de sus capacidades biogénicas), provocan un escandaloso desperdicio alimentario (un tercio de los alimentos producidos para consumo humano se desperdician)…
De cumbre a cumbre y…
En los últimos meses se han producido dos cumbres internacionales de gran importancia que, cada una desde un enfoque, tienen relevancia para los problemas globales de hambre y malnutrición: la Cumbre sobre Sistemas Alimentarios y la COP 26 sobre cambio climático. Y del 7 al 9 de diciembre en Tokio la Cumbre de Nutrición para el Crecimiento.
Durante más de un año y medio se estuvo preparando la Cumbre de Sistemas Alimentarios, con cientos de diálogos nacionales que movilizaron a más de cien mil personas, con equipos de expertos investigando y generando evidencias sobre las que construir acuerdos, con cinco grupos de trabajo internacionales para avanzar en las cinco action tracks identificadas por la organización de la Cumbre.
Un ingente esfuerzo para un pobrísimo resultado. Meses antes de la celebración ya se venían escuchando voces críticas sobre la forma en que se estaba organizando, tanto desde la sociedad civil como por parte de algunos relatores especiales de Naciones Unidas.
La Cumbre de Sistemas Alimentarios no ha entrado a analizar en profundidad las causas estructurales –por qué estamos así– ni se ha planteado quiénes son los principales responsables –quiénes nos han traído hasta esta situación–. Pero de forma casi unánime los intervinientes señalaron la urgencia de transformar en profundidad la forma en que producimos y consumimos alimentos y muchas voces señalaron que este proceso de transformación debía realizarse desde la consideración de los alimentos no como una mercancía más, sino de la alimentación como derecho humano.
En la COP 26, que se ha cerrado con un regusto agridulce, se ha hablado muy poco sobre la relación entre los sistemas alimentarios y el cambio climático. Los vínculos entre ambos, tanto desde enfoques de mitigación como de adaptación, requerirían abordajes más profundos. Así lo señalaba la iniciativa sobre la alimentación y el clima lanzada hace casi un año a través de la Declaración de Glasgow, en la que responsables políticos subnacionales plantean la necesidad de desarrollar políticas alimentarias integradas como un instrumento clave en la lucha contra el cambio climático.
De momento, este enfoque sobre sistemas alimentarios y cambio climático sigue teniendo poca presencia en las reuniones de la COP, a pesar, por un lado, de que los sistemas alimentarios pueden aportar reducciones de emisiones que podrían alcanzar los 11 millones de gigatoneladas equivalentes de CO2, a través de un conjunto bien planteado de medidas tanto sobre la producción como sobre el consumo, y, por otro lado, de que la agricultura necesitará importantes apoyos para realizar procesos de adaptación al cambio climático para poder así producir alimentos sanos de forma sostenible para una humanidad creciente.
Los desafíos de erradicación del hambre y todas las formas de malnutrición, a los que se ha comprometido la comunidad internacional en la Agenda 2030, no solo son inmensos sino que han crecido y empeorado en los últimos años. Y los desafíos de sostenibilidad ambiental de nuestros sistemas alimentarios siguen siendo enormes.