Ojos, mente y corazón abiertos. Así ha sido la experiencia de Irene Alonso, voluntaria en Mozambique durante 3 meses, gracias a una beca de la Junta de Castilla y León. Esta es su crónica:
Mozambique es un país tan lejano como desconocido para gran parte de la población española, a pesar de ser uno de los países donde la cooperación oficial es un sujeto muy activo. Mozambique duele. Es un país mayoritariamente rural, que está a la cola en el índice de desarrollo humano, donde la desnutrición crónica y la violencia de género en todas sus expresiones son apabullantes.
Allí, la población es resiliente por necesidad, por supervivencia, y los apoyos existentes son de entidades del tercer sector, ante la ineficacia del Estado. En ese contexto conseguir resultados transformadores es un reto y cada pequeño paso hacia una vida más digna y una sociedad menos desigual es una victoria.
Llegué hace 3 meses a un escenario como este, en el marco de una beca de voluntariado en cooperación de la Junta de Castilla y León. Ojos, mente y corazón abiertos, dispuesta a observar, escuchar e intercambiar. Y es que ir “a terreno", como comúnmente se denomina al hecho de trabajar de forma remunerada o voluntaria en temas relacionados con la cooperación internacional o la ayuda humanitaria en un país del Sur global, implica - a mi modo de ver - algo más que una estancia o un cambio de residencia.
Proyectos de seguridad alimentaria
De la mano de la ONG Enraíza Derechos aterricé en la Casa do Gaiato, un orfanato situado a 15 minutos de Massaca, una pequeña aldea ubicada a una hora de la capital del país. Esta es una zona que fue estratégica durante la guerra civil y, por ello, está plagada de minas antipersona que causaron estragos. Este orfanato es gestionado de forma admirable por una mujer que, con apoyos, cuida y educa a 160 niños con diversas historias de vida que tienen en común la dureza de las mismas.
Allí, en un espacio natural impresionante donde además de la casa encontramos una escuela comunitaria, plantaciones de frutas y hortalizas, pequeñas fábricas y una granja, he colaborado durante gran parte de la jornada en las oficinas de Enraíza Derechos, en la gestión de proyectos de cooperación que llevan a cabo en diversos distritos en materia de género y de salud principalmente. Todo ello no impedía ejercer de "tía" apoyando a un pequeño grupo de niños ("gaiatos") en las horas de refuerzo escolar.
Además, he podido participar en las reuniones de coordinación con las organizaciones locales que ponen en marcha los proyectos, y también he realizado visitas de seguimiento a los mismos, pudiendo comprobar cuán necesarias son las acciones llevadas a cabo para mejorar la seguridad alimentaria y reducir la desnutrición crónica, incidir en la reducción de los matrimonios forzados con niñas menores de edad, formar a jóvenes o proveer de recursos materiales para comenzar pequeños negocios que faciliten la sostenibilidad financiera de las mujeres rurales y, por ende, a sus familias.
Intercambio y crecimiento mutuo
Esta ha sido para mí una experiencia para afianzar las ideas que habitaban en mi cabeza, para buscar incansablemente la mejor manera de relacionarme con la población local de igual a igual y sin causar daño, siendo aún más consciente de mis propios privilegios.
Este tiempo en Mozambique he tenido la certeza de que nuestra manera de entender y de vivir es sólo una más en un océano plural y diverso, igual de válida que las demás. Y que, como todas, está marcada por el contexto que la rodea, que deja más o menos margen de acción y que tiene muchas variables.
Este proceso no es sencillo, hay que estar dispuesto a observar, escuchar, convivir con situaciones que escapan de nuestra lógica e incluso de nuestros límites por una cuestión simple de respeto y de cuestionar nuestra propia visión. Esto, para mí, es imprescindible puesto que permite llegar a un intercambio que fluye de forma horizontal, dando espacio al crecimiento mutuo y también al personal y comunitario.
Imagen y texto de Irene Alonso Elbaile