Una situación «transitoria» de casi 50 años

Es una madre de familia con muchas responsabilidades. Vive en la wilaya de El Aaiún, uno de los cinco campamentos que se ubican en la región argelina de Tinduf y es la encargada del barrio, de la Media Luna Roja Saharaui. Además del trabajo de la casa y del cuidado de sus cuatro hijos, tiene el compromiso de supervisar la distribución de la ayuda alimentaria en su barrio, uno de los cuatro en que se divide su daira (algo similar a un distrito municipal). 

Una vez al mes, los camiones de la Media Luna Roja Saharaui recorren los 116 barrios de los campamentos para distribuir una canasta básica alimentaria provista por el Programa Mundial de Alimentos de Naciones Unidas (PMA). Es una cesta pensada para situaciones de emergencia, limitadas en el tiempo, pero que aquí se está extendiendo durante muchos años. Es una ración alimentaria muy limitada en cantidad, calidad y variedad. 

El pueblo saharaui, que se ha organizado en estas cinco décadas de refugio en base a la solidaridad, la participación comunitaria y la cohesión social basada en la buena vecindad, responde a estas limitaciones compartiendo lo que llega entre todos y esforzándose por conseguir vías complementarias para completar su alimentación. Además, varias mujeres vecinas de Halima comentan que la ayuda no solo ha ido disminuyendo en cantidad, sino que ha ido perdiendo calidad. Algunos de los productos que llegan, no siempre llegan en buenas condiciones.

Pero, sin duda, lo que más les preocupa es la pérdida de diversidad. Esa ración básica que reparte el PMA es una “canasta seca” con: cebada, arroz, harina de trigo, lentejas, aceite de girasol, levadura, menos de un kilo de azúcar y poco más. Es una canasta en la que, sobre todo, se incluyen carbohidratos, pero no hay productos frescos. 

Con enorme esfuerzo, a pesar de las condiciones del desierto, del calor, de la falta de lluvia y de la salinidad de las tierras y del agua, consiguen sacar adelante huertos familiares y comunales, para tener algo más de producto fresco cuya producción es muy limitada frente a las necesidades alimentarias de la población.

También está muy limitado el acceso al agua. Una vez al mes se reparte a las familias para que llenen sus depósitos. En unos casos, el reparto se hace con camiones cisterna; en otros casos, se han instalado redes que permiten abastecer desde puntos de distribución cercanos a las casas. Apenas tienen 20 litros por persona al día para todas las necesidades de limpieza, aseo y alimentación.

Gracias a algunas ONG y, especialmente, a la Cruz Roja Española, reciben cada mes un kilo de patatas o cebollas y a veces zanahorias. Solo un kilo por mes. Y una vez al año, en el Ramadán, reciben dátiles. En su cultura gastronómica es muy importante la carne, el pescado, la leche, los tomates, el calabacín… y por supuesto, el té verde.

Cuando visité la casa de la familia de Halima hicieron gala de su extremada hospitalidad. A pesar de lo costoso que es para ellos, pude degustar un exquisito guiso de carne de camello con verduras y vivir la bonita experiencia de la ceremonia del té, en la que se genera un espacio de encuentro, de diálogo, de calma, dentro de la familia y con los vecinos y visitantes.

He teniendo la enorme suerte de entrar en contacto con el mundo saharaui de la mano de Mundubat, una organización que desde 1996 hace un extraordinario trabajo en los campamentos y que tiene un fantástico equipo, maravillosas personas y profesionales -la mayoría saharauis- con los que pude aprender y descubrir esta realidad. Enraíza Derechos está colaborando con Mundubat en una pequeña investigación sobre la situación del derecho a la alimentación en los campamentos.

Artículo publicado en la Revista Alandar, el 27 de diciembre de 2023. Texto e imágenes de José María Medina, responsable de gestión del conocimiento en Enraíza Derechos.

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