Hemos comenzado el año 2017 con un equipaje cargado de incertidumbre, de retos, de promesas incumplidas, de palabras huecas y mensajes vacíos. ¿Hacia dónde vamos? El sociólogo polaco, Zygmunt Bauman, recientemente fallecido, afirmaba que “Estamos en un estado de interregno, entre una etapa en que teníamos certezas y otra en que la vieja forma de actuar ya no funciona. No sabemos qué va a reemplazar esto. Las certezas han sido abolidas”. Nos hemos instalado en la aceleración diaria que nos impide analizar el verdadero sentido de la vida. El griterío exterior que nos aturde constantemente acalla los escasos mensajes elaborados con la razón y de forma coherente.
En el equipaje de este 2017 encontramos una amenaza apremiante, el cambio climático, con repercusiones reales hoy que se traducen en un goteo diario de víctimas y de desastres que están poniendo en peligro la vida de las personas y del planeta. Frente a semejante amenaza, el Acuerdo sobre el Clima de París (2015) exige la cooperación más amplia posible entre todos los países para dar una respuesta internacional efectiva porque, también en ese ámbito, las viejas formas de actuar ya no funcionan.
Otros objetivos que componen nuestro equipaje, tales como erradicar la pobreza y el hambre, lograr el desarrollo humano sostenible, alcanzar el crecimiento económico inclusivo, lograr la igualdad de género, el acceso universal a la salud o la educación de calidad… apuntan a la necesidad de cambios estructurarles para lograrlos. Tampoco sirven las políticas de antaño que abordan objetivos de forma separada porque resulta obvio que, por ejemplo, para reducir el hambre es obligado actuar contra el cambio climático o gestionar de forma sostenible los recursos hídricos, entre otras actuaciones.
Asimismo, el actual diseño, la planificación y la gestión de las políticas necesitan transformaciones importantes que deben llevarse a cabo desde la perspectiva de la coherencia de las mismas. Por ceñirme al ámbito de la cooperación, no podemos hablar de la eficacia en la cooperación al desarrollo sin abordar la coherencia de políticas porque, si no es así, erradicar la pobreza, la desigualdad y la insostenibilidad se convierte en tarea imposible. De nuevo, pruebas evidentes de que las viejas formas de actuar ya no funcionan.
Por no hablar del desperdicio de alimentos, la prueba fehaciente del fracaso del actual sistema alimentario que “permite” desechar una tercera parte de la producción agrícola destinada al consumo humano. Nuestro sistema alimentario no es ni eficiente ni sostenible y, además, contribuye a agravar el problema del hambre. Las causas del desperdicio de los alimentos son múltiples desde la falta de conciencia personal de las graves consecuencias que conlleva, a la falta de compromiso político para abordar las causas, pasando por el excesivo rigor normativo, la falta de relación entre productor y consumidor o la ausencia de coordinación entre las administraciones públicas.
Hasta aquí unos pocos componentes del equipaje con el que iniciamos el viaje por el nuevo año, los cuales reflejan un panorama complicado y avalan la urgente necesidad de que propiciemos un cambio de 180 grados en las viejas, aunque actuales, formas de actuar. Ese giro no es fácil porque supone, ante todo, afrontar transformaciones personales y participar activamente en la toma de decisiones en todos los ámbitos, políticos, sociales y económicos. En efecto, las viejas formas de actuar ya no funcionan. Es hora de proponer “actuaciones desde la sociedad civil en diversos campos, entre ellos, el económico, atendiendo al marco global y local, sin caer en el autismo político” como recomienda Adela Cortina.
Artículo de Teresa de Febrer, publicado en la edición de enero 2017 de la Revista Alandar.
Fotografía de Hernan-Piñera con licencia CC-BY-2.0