La Asamblea General de las Naciones Unidas ha declarado el presente año como Año Internacional de los Suelos, con el lema “Suelos sanos para una vida sana”. Sin embargo, ha sido un recurso muy olvidado y maltratado en las últimas décadas. Científicos del Centro Internacional de Información y Referencia de Suelos (ISRIC, por sus siglas en inglés) estimaron ya en 1991 que la humanidad ha degradado, a una velocidad alarmante, un área del tamaño de los Estados Unidos y Canadá juntos.
En palabras del director general de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), José Graziano da Silva, hay que empezar por el suelo para producir alimentos saludables porque dependemos de los suelos que son la base y sustento de la vegetación y de la biodiversidad. Asimismo, contribuyen a la adaptación al cambio climático porque su papel es clave en el ciclo del carbono; además, almacenan y filtran agua. Los suelos constituyen un recurso no renovable cuya conservación es esencial para la seguridad alimentaria.
El suelo es el producto final de la influencia del tiempo y combinado con el clima, topografía, organismos (flora, fauna y ser humano), de materiales parentales (rocas y minerales originarios). El suelo es un componente esencial de la tierra y de los ecosistemas. Ambos son conceptos amplios que abarcan la vegetación, el agua y el clima en el caso de la tierra, además de las consideraciones sociales y económicas en el caso de los ecosistemas.
La salud de los suelos se ve amenazada por la expansión urbana, la deforestación, el uso insostenible de la tierra, la contaminación, el sobrepastoreo y el cambio climático. El conocimiento del suelo tiene un papel importante en la evaluación de la tierra ya que el suelo es un componente importante del recurso tierra. Según la FAO, la mayoría de las personas hambrientas y la población rural pobre viven en zonas gravemente afectadas por la pérdida de productividad del suelo, la degradación de los recursos de los suelos, hídricos y biológicos, así como la pérdida asociada de servicios ecosistémicos fundamentales de los que dependen sus medios de subsistencia.
Además, la degradación de tierras implica importantes cambios socioeconómicos: desequilibrios en los rendimientos y producción de los agrosistemas, disminución o pérdida de ingresos económicos, ruptura del equilibrio tradicional entre las actividades agrícolas y de pastoreo, abandono de tierras y cultivos, deterioro del patrimonio paisajístico, emigración, etc.
Desde la FAO se destaca la importancia de los suelos como factor para lograr la seguridad alimentaria y nutricional y recuerdan que, son un recurso no renovable, que se degrada con rapidez y cuya regeneración es muy lenta.
Para el director general de la FAO, “Los suelos son nuestro aliado silencioso en la producción de alimentos”. “Debemos gestionar los suelos de forma sostenible. Hay muchas maneras de hacerlo. La diversificación de cultivos, practicada por la mayoría de los agricultores familiares del mundo, es una de ellas: así hay tiempo para que los nutrientes importantes se regeneren”. “Un tercio de nuestros recursos mundiales de suelos se está degradando y la presión humana sobre ellos está alcanzado niveles críticos reduciendo y, en ocasiones, eliminando las funciones esenciales del suelo”.
Empecemos poniendo los pies en el suelo.