Artículo de José María Medina, director de Prosalus, publicado en
CuartoPoder
Cada 16 de octubre celebramos el
Día Mundial de la Alimentación, coincidiendo con la fecha en que se fundó la FAO, Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura. Y cada año, de cara a esta celebración, la FAO nos lanza una propuesta de reflexión. Este año el lema que presenta FAO es “Nuestras acciones son nuestro futuro”, que huele a preocupación por la sostenibilidad de nuestros sistemas alimentarios. Y también nos plantea el desafío del Hambre Cero.
La revisión del material de reflexión que nos ofrece FAO para este Día Mundial de la Alimentación establece la
relación entre ese objetivo del Hambre Cero con la Agenda 2030, con los Objetivos de Desarrollo Sostenible, especialmente con el ODS 2. Cuando leemos las metas en que se desgrana este objetivo nos damos cuenta que el desafío es muy grande y que requiere ser abordado desde diferentes ámbitos, porque es multisectorial.
El ODS 2 plantea poner fin al hambre y garantizar el acceso a una alimentación sana y adecuada. Sin embargo, en los tres años que llevamos desde que se firmaron estos objetivos, las cifras globales de hambre han crecido. Paradoja. Según el reciente informe El Estado de la Seguridad Alimentaria y la Nutrición, hay 821 millones de personas hambrientas en el mundo. Hemos retrocedido en esta meta.
Pero además,
este ODS no solo plantea acabar con el hambre sino con todas las formas de malnutrición. Si sumamos la gente que sufre desnutrición, aquellas personas que tienen hambre oculta (déficit de vitaminas y minerales) y quienes sufren malnutrición por exceso (sobrepeso y obesidad),
más de la mitad de la humanidad tiene alguna forma de malnutrición y esto también empeora progresivamente. Las recientes cifras acerca de sobrepeso y obesidad aportadas por The Lancet nos habla de más de 2.200 millones de personas con sobrepeso y una tendencia creciente para la próxima década.
¿Cómo se entiende que los sistemas alimentarios sigan siendo obesogénicos? ¿Cómo se explica que en muchos contextos resulte más barata una alimentación ultraprocesada, rica en azúcar, sal y grasas trans, frente a una alimentación sana, que incorpore frutas, verduras, legumbres, etc.? ¿Cómo se permite esto, habiendo medidas fiscales que podrían ayudar a equilibrar esta tendencia?
También plantea el ODS 2 la importancia de dar más apoyo a
la pequeña agricultura, familiar y campesina. Este tipo de agricultura
proporciona el 70 % de los alimentos que consumimos en el mundo, usando menos del 25% de las tierras agrícolas, aproximadamente el 10% de la energía fósil destinada a la agricultura y no más del 20% del agua dulce. Sin embargo, la producción agroindustrial apenas aporta el 30 % de los alimentos para consumo humano, pero utiliza más del 75% de la tierra agrícola del mundo, es responsable del consumo de al menos el 90% de los combustibles fósiles dedicados a la agricultura y usa el 80% del agua dulce destinada a riego en el mundo.
Lo paradójico es que, según los mismos informes de FAO, casi tres cuartas partes de las personas hambrientas en el mundo es población rural, campesinas y campesinos que no tienen acceso a recursos productivos, a tierra, agua, semillas, extensión agraria, etc. y que no puede producir con suficiencia su propio alimento. ¿Qué medidas concretas se están poniendo en marcha? El
Panel Internacional de Expertos sobre Sistemas Alimentarios Sostenibles (IPES-Food) ha señalado la
tendencia de concentración oligopólica de todo lo relacionado con la alimentación en un pequeño grupo de empresas, con un negativo impacto para el campesinado y para la seguridad alimentaria.
El ODS 2 habla también de la sostenibilidad de los sistemas agroalimentarios, aunque parecen centrarse más en la dimensión de adaptación de la agricultura al cambio climático. Sin embargo, la sostenibilidad de estos sistemas tienen que ser abordados tanto desde el lado de la producción –identificando cuáles son las formas de producción de alimentos más sostenibles a largo plazo– como desde el consumo –qué tipo de dietas son más sostenibles, qué deberíamos comer para, al mismo tiempo que mejora nuestra salud, mejore la salud del planeta y contribuyamos a que los alimentos producidos alcancen para toda la producción mundial–.
Habría muchísimo que hablar a este respecto.
El desafío del Hambre Cero toca aspectos productivos, pero también comerciales, fiscales, ambientales, de salud, de consumo, de cohesión social… ¡y de derechos humanos! La alimentación está reconocida como derecho humano básico y fundamental desde hace casi 70 años, desde la Declaración Universal de Derechos Humanos. Otro año más, en este Día Mundial de la Alimentación, vemos como este derecho es ampliamente ignorado.
Dentro de dos semanas se celebra en Madrid una Cumbre Parlamentaria Mundial contra el Hambre y la Malnutrición. Representantes de parlamentos de muchos países se reunirán dos días para hablar de este reto. Esperemos que no sea una cumbre cosmética, sino que realmente sirva para desencadenar el compromiso del poder legislativo para alcanzar el Hambre Cero.
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Betty Subrizi on
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