Para poner solución al problema del desperdicio alimentario debemos saber qué dimensiones tiene. Para ello es fundamental medirlo adecuadamente bajo unos mismos criterios.
Sabemos que desperdiciamos comida en el campo, en las industrias alimentarias, en la distribución y en nuestras casas. El 30% de todos los alimentos que producimos a nivel global acaban en la basura. Pero quizás no somos conscientes de que ese desperdicio alimentario, además de pérdidas económicas, implica serios impactos ambientales: grandes emisiones de gases de efecto invernadero, uso innecesario de tierras de cultivo y agua, necesidad de gestión de residuos, etc. Además, no tiene sentido desperdiciar alimentos en un mundo en el que casi el 10% de las personas pasan hambre.
Por todo ello, las organizaciones internacionales y los gobiernos nacionales, autonómicos y locales se han propuesto reducir el desperdicio alimentario. Algunas de las metas establecidas por Naciones Unidas y por la Unión Europea apuntan a una reducción del 50% hasta 2030. Pero para poder avanzar en esta reducción, el primer paso es saber de dónde partimos:
- Cuánta comida se desperdicia en un territorio determinado
- Qué tipo de comida
- Por qué se desperdicia
Y aquí comienzan los problemas...
No tenemos buenas mediciones que respondan a criterios bien definidos y homogéneos y que permitan comparar datos entre diferentes territorios y Estados. Además, no todas las instituciones manejan el mismo concepto de desperdicio (plantean medir magnitudes diferentes que no serán comparables), no tienen bien estudiado y definido en qué puntos de la cadena alimentaria es conveniente medir y cómo definir la muestra, e incluso, hay que discernir cómo es de fiable cada instrumento o método de medición que existe.
¿Cómo hacer una correcta medición del desperdicio?
Partiendo de las experiencias de medición del desperdicio alimentario que ha realizado en los últimos años Enraíza Derechos, en colaboración con diferentes administraciones públicas, ha realizado una investigación en la que se ha profundizado en tres preguntas clave relacionadas con la medición del desperdicio:
¿Qué medir?
Analizando las diferentes conceptualizaciones que se vienen utilizando respecto al desperdicio alimentario proponemos:
- Que el concepto esté claramente definido, es decir, que todos los actores de la cadena agroalimentaria sepan qué es lo que se va a medir.
- Evitar la separación entre "pérdidas" y “desperdicio"
- Utilizar el concepto de desperdicio alimentario como sinónimo de residuo alimentario
- No distinguir entre partes comestibles y no comestibles
- Aplicar los parámetros que se dan en la Decisión Delegada 2019/1597 de la Comisión Europea, norma europea que todos los países deben aplicar.
¿Dónde medir?
No existe un consenso claro para determinar qué sectores y subsectores hay que cuantificar en cada una de las etapas de la cadena alimentaria. Sería necesario el uso de una codificación internacionalmente consensuada. Por ejemplo, si se trata de un territorio dentro de la Unión Europea, la recomendación es la Clasificación Nacional de Actividades Económicas (Códigos CNAE). Así podríamos ser más eficientes determinando qué empresas o entidades deben ser cuantificadas en cada una de las etapas de la cadena y ganaríamos mayor comparabilidad de resultados entre territorios.
¿Cómo medir?
La investigación que puedes descargar al final del artículo, realizada por Enraíza Derechos, hace una valoración y jerarquización entre las diferentes metodologías de medición recomendadas por la Decisión Delegada, según la fiabilidad de la información; así como la diferenciación de los métodos más apropiados para un enfoque cuantitativo; y el uso paralelo y combinado de aproximaciones de tipo cualitativo.
Las respuestas a estas tres preguntas se convierten en un manual de referencia sobre la medición del desperdicio alimentario. Junto a ello, el estudio presenta una gran variedad de soluciones y retos a abordar en cada uno de los eslabones de la cadena para afrontar el reto del desperdicio alimentario. Sin embargo, ninguna de ellas será plenamente eficiente si no se parte de un diagnóstico riguroso, que permita obtener la información suficiente para conocer dónde se encuentran los principales flujos de desperdicio y los motivos por los que se generan.
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