
Compartimos este artículo de Stefanos Fotiou, director de la Oficina de los Objetivos de Desarrollo Sostenible y director del Centro de Coordinación de los Sistemas Alimentarios de la ONU, publicado el pasado 16 de marzo, con su aprobación. Desde Enraíza Derechos suscribimos plenamente las propuestas lanzadas en este texto.
Romper el mito del consumo
La alimentación es un derecho humano fundamental, pero en 2023 entre 713 y 757 millones de personas pasarán hambre: una de cada once en el mundo y una de cada cinco en África. Esto no se debe a la falta de alimentos, sino a que nuestro sistema alimentario mundial está estructurado en torno a los beneficios, no a las personas. Al mismo tiempo, las empresas bombardean a los consumidores con mensajes que equiparan el bienestar con el consumo, impulsando opciones alimentarias insostenibles que profundizan las desigualdades en materia de salud y aceleran el colapso medioambiental.
El problema es sistémico. En 2022, 2.826 millones de personas -más de un tercio de la población mundial- no podían permitirse una dieta saludable, mientras que los alimentos ultraprocesados eran más accesibles que las opciones frescas y nutritivas. Nuestra economía alimentaria mundial da prioridad a la producción masiva frente a la nutrición, a la comodidad frente a la sostenibilidad y a los intereses empresariales frente a la salud de los consumidores. Si seguimos en esta trayectoria, 582 millones de personas seguirán padeciendo inseguridad alimentaria en 2030, incumpliendo el Objetivo de Desarrollo Sostenible 2 (Hambre Cero).
No se trata sólo de una crisis económica o medioambiental, sino de una crisis de poder y control sobre los alimentos. Los consumidores deben dejar de ser utilizados como participantes pasivos en un sistema diseñado para obtener de ellos el máximo beneficio.
La pregunta es: ¿cómo podemos reivindicar nuestra capacidad de acción y resistirnos a la narrativa alimentaria corporativa? Y el primer punto para responder a esta pregunta es justificar si las personas consumidoras tienen poder real en la toma de decisiones sobre sus elecciones de consumo alimentario.
La ilusión de poder elegir: cómo el control de las empresas determina las elecciones de las personas consumidoras
Aunque a menudo creemos que las personas cuando compramos tenemos poder de elección, las investigaciones nos dicen otra cosa. El sistema alimentario mundial está tan estrechamente controlado por un puñado de empresas que nuestras opciones están, en realidad, profundamente limitadas por las prioridades de las estrategias lucrativas de estas empresas. Desde la producción y cultivo de semillas, hasta el procesamiento de alimentos, la venta al por menor y la publicidad, un pequeño número de empresas dicta lo que está disponible, cómo se fija el precio y cómo se comercializa, dejando a las personas consumidoras con la ilusión de poder elegir en lugar de una autonomía real.
He aquí ejemplos clave que ilustran cómo el control empresarial sobre el sistema alimentario limita la capacidad de acción de las personas y socava la sostenibilidad, la salud y la equidad:
1. Concentración del mercado: Unas pocas empresas controlan el suministro mundial de alimentos:
La industria alimentaria es uno de los sectores más concentrados de la economía mundial. Un puñado de empresas multinacionales domina cada etapa de la producción alimentaria, desde las semillas hasta los supermercados.
- Sólo tres empresas controlan más del 50% del mercado mundial de semillas y, de ellas, más del 70% del mercado, mientras que en los años ochenta la misma cifra era del 15%. Esto limita la diversidad de cultivos disponibles para agricultores/as y personas consumidoras, al tiempo que permite a estas tres o diez grandes empresas dictar los precios de las semillas [i].
- Un estudio también descubrió que un pequeño número de empresas multinacionales tienen un control sin precedentes sobre toda la cadena alimentaria, reduciendo la competencia en el mercado y dictando los precios y la disponibilidad [ii].
- En Estados Unidos, según el USDA, dos empresas representaron más de la mitad de las ventas de semillas de maíz, soja y algodón en 2018-2020 [iii].
2. Los grandes empresas alimentarias controlan nuestras opciones de compra:
Aunque las tiendas de comestibles ofrecen lo que parece ser una amplia selección de marcas, la realidad es que un pequeño grupo de conglomerados posee la mayoría de las marcas de alimentos del mercado.
- Diez empresas poseen la mayoría de las marcas mundiales de alimentos envasados, desde cereales para el desayuno hasta agua embotellada[iv].
- Un informe de Oxfam destaca que estas empresas utilizan su dominio del mercado para influir en los precios, dictar los contratos con los proveedores y maximizar los beneficios, a menudo a expensas de los y las pequeñas agricultoras y de salarios justos[v].
3. Los agricultores y agricultoras están atrapados en un sistema que se aprovecha de su trabajo:
La mayoría de los beneficios del sistema alimentario no van a parar a quienes cultivan los alimentos, sino a quienes controlan su distribución y comercialización.
- En Estados Unidos, la producción agrícola recibe sólo 7,9 céntimos por cada dólar que gastan las personas consumidoras en alimentos, mientras que otros 7 céntimos se destinan a insumos no agrícolas necesarios para la producción. Pero los 85,1 céntimos restantes van a parar a la cadena de comercialización[vi].
- La Unión Nacional de Agricultores ha demostrado que, a través de múltiples cadenas de suministro, los y las agricultoras reciben una parte cada vez menor de los ingresos, ya que los intermediarios y las grandes corporaciones alimentarias extraen la mayor parte del valor[vii].
4. Los alimentos ultraprocesados dominan porque son más rentables:
El sistema alimentario empresarial no da prioridad a la nutrición, sino a las ventas.
- Los alimentos altamente procesados y poco saludables son a menudo más baratos y están más disponibles que los alimentos frescos e integrales, no porque cuesten menos de producir, sino porque son mucho más rentables para las corporaciones[viii] costando a menudo sólo el 5-10% de su precio de venta al público[ix].
- Una investigación de 2021 descubrió que la mayoría de los alimentos disponibles en los principales supermercados contienen altos niveles de azúcar, grasa y aditivos, y que las opciones más saludables son escasas o desproporcionadamente caras[x].
5. Influencia empresarial en la política alimentaria mundial
Las grandes empresas alimentarias influyen en las políticas alimentarias a través de grupos de presión, donaciones políticas y el control de los organismos reguladores
- Los acuerdos comerciales y las subvenciones gubernamentales a menudo favorecen la agricultura industrial y los monocultivos, al tiempo que dificultan la competencia de los pequeños agricultores. Esto incluye influir en los mercados agrícolas nacionales, afectando potencialmente a la competitividad de los pequeños agricultores[xi], subvenciones que son costosas para los contribuyentes y tienden a beneficiar a las grandes agroindustrias en detrimento de los pequeños agricultores[xii], y la reducción de las protecciones arancelarias para los pequeños agricultores de los países en desarrollo, al tiempo que se permite a las naciones más ricas seguir subvencionando sus propios sectores agrícolas [xiii].
- Según un informe de IPES-Food, las empresas influyen y configuran la gobernanza alimentaria mundial en función de sus propios intereses, socavando a menudo los esfuerzos por lograr salarios justos, una agricultura sostenible y dietas sanas.
El dominio de los gigantes corporativos sobre nuestros sistemas alimentarios puede parecer abrumador, pero la historia ha demostrado que la concentración de poder no es inquebrantable. Las personas consumidoras no están indefensas; de hecho, tienen una fuerza mayor que cualquier agenda corporativa: la capacidad de desafiar, resistir y remodelar el sistema. En todo el mundo, los individuos, las comunidades y los movimientos están reclamando su capacidad de acción, demostrando que los sistemas alimentarios pueden ser diseñados para las personas, y no sólo para los beneficios. El camino a seguir no consiste sólo en elegir mejor, sino en reescribir las reglas del juego. Y eso empieza con una rebelión de los consumidores y se complementa con otras medidas.
La rebelión de las personas consumidoras: de compradoras pasivas a una ciudadanía de la alimentación
Durante demasiado tiempo hemos aceptado la etiqueta de "consumidoras", reduciendo nuestro papel al de meros compradores en un sistema construido sobre el consumo excesivo. Pero la comida no es sólo una mercancía: es cultura, identidad y supervivencia. Es hora de redefinirnos como ciudadanos y ciudadanas de la alimentación, configurando activamente sistemas alimentarios al servicio de las personas y del planeta.
Esto empieza con la alfabetización alimentaria. Debemos dotar a las personas -especialmente a la juventud- de la capacidad de descifrar el marketing alimentario corporativo, detectar el lavado de cara verde (“green washing”) y tomar decisiones independientes basadas en factores nutricionales, éticos y medioambientales reales. Las escuelas deben enseñar a la infancia no sólo a comer, sino también cómo funcionan los sistemas alimentarios, quién los controla y cómo pueden cambiarse.
Alterar el control empresarial: Devolver el poder a la pequeña agricultura
El sistema alimentario mundial está diseñado para concentrar los beneficios y el poder de decisión en manos de unas pocas empresas multinacionales, mientras que las y los pequeños agricultores -la columna vertebral de la producción alimentaria- quedan con un poder de negociación mínimo y unos beneficios injustamente bajos. A pesar de producir más de un tercio de los alimentos del mundo, la pequeña agricultura recibe una fracción de los beneficios económicos, mientras que las grandes agroindustrias extraen la mayor parte del valor.
Reequilibrar el sistema alimentario
Garantizar que los y las pequeñas agricultores reciban el poder y el valor que merecen requiere cambios estructurales, entre ellos:
- Acabar con los oligopolios y oligopsonios (tipo de mercado donde hay pocos demandantes) de la cadena de suministro empresarial mediante la aplicación de leyes antimonopolio más estrictas y normativas de mercado justas que impidan a un puñado de empresas controlar los precios y el acceso al mercado.
- Reorientar las subvenciones y las inversiones de los monocultivos industriales hacia los pequeños agricultores, la agricultura regenerativa y las cooperativas alimentarias.
- Garantizar un espacio político para los y las pequeñas agricultoras mediante la creación de protecciones jurídicas que garanticen su acceso a los mercados, impidan las prácticas desleales de agricultura por contrato y promuevan las redes de transformación y distribución propiedad de los agricultores.
- Dar prioridad a los mercados locales y regionales frente a las cadenas de suministro impulsadas por la exportación y dominadas por las empresas, facilitando a los y las agricultoras el acceso directo a las personas consumidoras y garantizando que los alimentos se producen para las personas, y no sólo para obtener beneficios.
En lugar de una sostenibilidad “por goteo” o vertical, en la que las empresas dictan las condiciones mientras los y las agricultoras luchan por sobrevivir, necesitamos una seguridad alimentaria de abajo a arriba, en la que la pequeña agricultura sea la principal beneficiaria económica de los alimentos que producen.
Si queremos un sistema alimentario que realmente nutra tanto a las personas como al planeta, debemos alejar el poder del dominio corporativo y reconstruir un sistema en el que quienes cultivan los alimentos tengan el poder, no quienes los explotan.
Gravar el problema, financiar la solución
Las empresas inundan los mercados con alimentos ultraprocesados que son baratos, adictivos y perjudiciales, mientras que las alternativas más saludables y sostenibles siguen siendo inasequibles para muchos. Esto no es accidental, sino el resultado directo de decisiones políticas que incentivan la producción industrial de alimentos a expensas de la salud pública y la sostenibilidad medioambiental
Es necesario actuar con valentía aplicando:
- Impuestos progresivos sobre los alimentos ultraprocesados y limitar los mensajes engañosos sobre las propiedades saludables de estos productos.
- Un sistema de precios de "coste real", en el que las etiquetas de los alimentos reflejen los costes medioambientales y sociales reales, desde las emisiones de carbono hasta la explotación laboral.
- Reinversión de los ingresos fiscales en la pequeña agricultura, la agricultura regenerativa y los sistemas alimentarios locales.
Sin estas medidas, las personas consumidoras seguirán atrapadas en un sistema que les obliga a seguir pautas de consumo insalubres e insostenibles.
Recuperar la narrativa de la agroindustria
La industria alimentaria gasta miles de millones en publicidad destinada a normalizar el consumo excesivo, disimular los riesgos para la salud y cooptar el lenguaje de la sostenibilidad para mantener el statu quo. Desde los productos "ecológicos" ultraprocesados hasta las engañosas etiquetas "orgánicas" puestas en los productos de la agricultura industrial, los consumidores son engañados continuamente.
Debemos exigir:
- Una normativa más estricta contra la comercialización engañosa de alimentos, especialmente la dirigida a los niños.
- Bases de datos de acceso público que desenmascaran afirmaciones engañosas sobre sostenibilidad empresarial.
- Una "lista negra" mundial, dirigida por las personas consumidoras, de marcas que incurren en prácticas poco éticas, accesible mediante códigos QR en los estantes de alimentos o una aplicación para una transparencia instantánea.
Cuando las personas consumidoras recuperan su narrativa, la influencia de las empresas disminuye.
Poder alimentario: las comunidades como centros de resiliencia alimentaria
Para lograr una verdadera transformación, el poder alimentario debe pasar de los oligopolios a las comunidades locales, ya sea en ciudades, pueblos o aldeas. Los sistemas alimentarios descentralizados e impulsados por las comunidades garantizan que la seguridad alimentaria se construya desde la base, en lugar de ser dictada por gigantes multinacionales de la agroindustria.
Los gobiernos podrían incentivar la producción local de alimentos:
- Invertir en redes alimentarias urbanas, periurbanas y rurales, vinculando directamente a la pequeña producción con las personas consumidoras.
- Apoyar iniciativas de agricultura regenerativa, incluidas exenciones fiscales para huertos en azoteas, bosques alimentarios comunitarios y espacios verdes compartidos que proporcionen alimentos gratuitos.
- Crear Índices de Resiliencia Alimentaria Local que clasifiquen las regiones en función de la cantidad de alimentos producidos localmente, animando a ciudades, pueblos y aldeas a invertir en la autosuficiencia alimentaria regional.
Un sistema alimentario centrado en la resiliencia localizada no sólo mejorará el acceso a alimentos sanos, sino que también reducirá la dependencia exterior, mejorará la adaptación al clima y reforzará las economías locales
Recuperar nuestro sistema alimentario
La batalla por un futuro alimentario sostenible no consiste simplemente en modificar las políticas, sino en redistribuir el poder. Durante demasiado tiempo, un puñado de empresas ha dictado lo que comemos, cómo se produce y qué creemos sobre los alimentos.
Ha llegado el momento de una rebelión de las personas consumidoras que nos transforme de participantes pasivos a ciudadanía activa de un nuevo sistema alimentario. No se trata sólo de resistirse a la influencia de las empresas, sino de exigir y crear alternativas reales que sirvan tanto a las personas como al planeta.
¿Estamos preparados para liberarnos de la ilusión de que consumo equivale a progreso? ¿Estamos preparados para desmantelar las estructuras que mantienen el predominio de alimentos insalubres e insostenibles? Las respuestas no están en manos de las empresas, sino en las decisiones que tomemos en conjunto. Un sistema alimentario que nutra en lugar de explotar no sólo es posible, sino inevitable, si decidimos que así sea.
Descargo de responsabilidad: Este artículo se basa en un discurso pronunciado por el autor en la sesión sobre "Lograr el acceso a los alimentos en un planeta sano", organizada en el marco de la "Cumbre sobre estilos de vida sostenibles de Consumers International" (10-14 de marzo de 2025). Los puntos de vista y opiniones expresados aquí son exclusivamente los del autor y no reflejan la política o posición oficial de ninguna organización con la que el autor esté afiliado profesionalmente. Cualquier referencia a políticas, instituciones o corporaciones se basa en información públicamente disponible y en análisis independientes. Este artículo pretende fomentar el diálogo y el pensamiento crítico sobre los sistemas alimentarios sostenibles y la capacitación de los consumidores.
Imagen de Mirko Fabian en Pixabay