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La COP 26, es decir, la Cumbre Mundial por el Clima comienza el 1 de noviembre en Glasgow y durante 12 días debatirá sobre el futuro del planeta. Este encuentro debería pasar de las declaraciones vacías a decisiones reales y urgentes, porque los acuerdos firmados en París en 2015, a día de hoy, siguen sin cumplirse.
Los estudios sobre la materia señalan que, el cambio climático puede afectar la producción agrícola y los agroecosistemas de los que depende a partir de cambios en los ritmos y calendarios agrícolas, provocando desplazamiento de las áreas de cultivo, pérdida de suelos, cambios en el suministro de agua y la demanda de riego, efectos en el crecimiento de las plantas, aumentos de plagas, enfermedades y especies invasoras, impactos en la cantidad y la calidad de los productos, alteración de los patrones comerciales, los ingresos agrícolas y los precios de los alimentos, etc.
De hecho, el Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático en su informe de 2014, advertía que el rendimiento de los cultivos puede estar ya en disminución, y que para el año 2050 pueden haberse generalizado reducciones de entre el 10% y el 25 % e incluso más. Mientras que las capturas de las principales especies de peces se reducirán en un 40%.
Con los compromisos actuales de reducción de emisiones nos encaminamos a un mundo con 3 grados más de temperatura. Los desequilibrios entre unos países y otros en este asunto también son evidentes: las emisiones de los países ricos son tres veces mayores que las de los países del llamado Sur global, provocando un impacto sobre la vida de millones de personas, inmenso. Solo el año pasado, 55 millones se vieron obligadas a abandonar sus hogares a consecuencia del cambio climático. Y los pueblos indígenas, que son el 5% de la población mundial y preservan el 80% de la biodiversidad mundial, sufren hostigamientos contantes e incluso asesinatos por proteger sus territorios.
A lo largo del siglo XXI, los efectos del cambio climático reducirán el crecimiento económico, complicarán los esfuerzos por reducir la pobreza y afectarán la seguridad alimentaria, al impactar la disponibilidad y acceso a alimentos así como la estabilidad de las reservas de alimentos y la volatilidad de los precios.